HEIE BOLES
ACTRIZ Y TITRITERA GERMANO-MEXICANA (1938- )
Por Luz Angélica Colín
Los aviones norteamericanos sobrevolaban sobre su pequeña cabeza de rubios rizos cuando tomada de la mano de su hermana mayor de apenas catorce años, atravesó el ambarino campo sembrado de trigo, mientras el aire rebatía su ventaja contra la velocidad impuesta a sus piernas de niña de apenas siete años. Eran niños alemanes huyendo a través del campo, de la ofensiva aliada en 1945.
Días atrás su madre había dicho No van a llegar a ésta ciudad (Bayreuth) porque aquí fue enterrado Wagner, nadie se atreverá a atacarla, no se preocupen.
Aquella mañana ella y su hermano mayor se encontraban jugando en la pradera junto a su casa en la Villa de Wahnfried, cuando observaron en el cielo unos artefactos enormes sobrevolando el campo. Jamás habían visto algo así, ella pensó que se trataba de pájaros enormes, y abriendo sus brazos en cruz se puso a correr debajo de ellos mientras volaba su vestido al viento. De pronto su hermano la tomó nerviosamente de la mano al tiempo que le gritaba -¡Esos no son pájaros! ¡Son aviones de guerra!- y enseguida corrieron a refugiarse buscando a sus otros tres hermanos en el camino. Entonces, aquellas aves metálicas abrieron su vientre lanzando bombas sobre el terreno hasta su casa.
La finca de unos campesinos apenas conocidos a 13 km de Bayreuth, sirvió de escondite cuando la aldea fue arrasada por las tropas aliadas cuyo avance inminente sobre los pueblos alemanes no admitía discusión. El tapanco fue llenado de risas entrecortadas, murmullos llenos de miedo inasible y voces a media luz.
A Heie Boles le tocó vivir el otro lado del holocausto, el del persecutor perseguido. A la caída del Nazismo, vivió en carne propia el terror de correr para poner a salvo su vida y las de sus cuatro hermanos, el hambre, el miedo, la violencia extrema, y hasta la convivencia con los soldados enemigos que, por azares del destino tocaron a la puerta del improvisado refugio pidiendo comida y techo para dormir.
Entre sus recuerdos más núbiles permanece aquel en que, en el aire, se podía sentir la amenaza del abuso sexual sobre su hermana mayor ante aquella soldadesca desenfrenada y llena de pulsiones. Una jovencita que apenas rebasaba la edad de la inocencia, de hermoso cuerpo y firmes curvas. Sin embargo, a pesar de la debacle que ocasiona una guerra en la vida y la mente de las personas distorsionando todo sentido de lo ético y lo moral, Emilia no sufrió más que el acoso de las miradas lascivas que penetraban su carne como alfileres, hasta que finalmente ésos hombres fueron llamados nuevamente a campaña y partieron de aquel lugar dejando diezmada la ya de por sí escasa despensa, pero salvo el honor.
Los vapores que emana el lenguaje de las texturas utilizadas en los títeres de Heie en el contexto general, surgen muchas veces de las rudas telas elegidas casi siempre en tonalidades claras ?quizá una intencionada manera de provocar el color que simboliza la paz-, son vapores de sueños tejidos en la memoria. Al mirarlos uno tiene la certeza de que está siendo testigo de la presencia de un tiempo que ya se fue y que, sin embargo, puede asirse en la permanencia del actual. Heie es una mujer que recuerda a la niña que escapaba de la guerra más cruenta que vio el siglo XX. Un ser humano que ha tomado el compromiso de manifestarse a través de su arte para recordarnos que la paz es frágil, y que los seres humanos, lo son aún más cuando la rompemos. Heie Boles y sus títeres, próximamente estarán en Querétaro.
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en el primero no se publican.